Ser madre en el cafetal
Ser madre en un cafetal es un trabajo sin pausa. Se le ve recolectando la cereza, cuidando la milpa, agachada en el fogón para preparar la comida. Sus tareas parecen sólo suyas: la ropa, los hijos, la casa. Y también la de los hombres: cortar grano, secarlo, cargarlo hasta los puntos de venta, a la par de enseñar a los pequeños las labores del campo porque la necesidad siempre aprieta.
La mayoría de las mujeres carece de servicios de salud, de educación y de una retribución justa por sus jornadas laborales que van de 12 a 16 horas diarias. También es difícil que una madre se desenvuelva fuera del hogar para estudiar, trabajar, visitar a un familiar o ser parte de actividades comunitarias y políticas, pues su participación en estos temas está restringida por usos y costumbres en su comunidad.
“La desigualdad de género tiene un costo social, inhibe su crecimiento y desempeño económico”, afirma Beatriz Hernández, titular de la Alianza de Mujeres Cafetaleras de Tlaola. “Se enfrentan a un mundo donde difícilmente son tomadas en cuenta”, añade Josefina Vásquez, presidenta del Instituto Oaxaqueño del Café (IOCafé).
Ambas desde sus trincheras, una en la Sierra Norte de Puebla y otra en la mixteca oaxaqueña, trabajan con mamás cafetaleras con la misión de empoderarlas en el campo y que se reconozca su trabajo.
“Una madre cafetalera administra la casa, la dota de agua, cuida de la milpa, se hace cargo de los animales destinados al consumo y a la venta. Recolecta hierbas comestibles, lava la ropa, realiza artesanías, se asegura del abasto del combustible doméstico, como leña y ramas; enseña a sus hijas las tareas del hogar y cuida de sus padres”, detalla Josefina.
“También participa en la limpia, poda y recolección del café; en el manejo del mismo durante el secado, en las pesadas tareas del morteado y finalmente ayuda a cargarlo hasta los puntos de venta. Sus jornadas de trabajo son agotadoras, sin descuidar su papel de esposa y parir cada 2 años un nuevo crío”, abunda.
Estampa de una madre
Beatriz Hernández, quien trabaja con mujeres de las regiones totonaca, otomí y náhuatl en la Sierra Norte de Puebla, describe a una mamá en el cafetal, una estampa que refleja su personalidad y sus carencias.
“Si hay algo que siempre veo en estas hermosas mujeres son sus manos. Me hablan de lo que hacen además de cosechar café: alimentan a la familia, cultivan su frijol y su maicito para hacer tortillas; cargan las cubetas con agua para lavar la ropa y tenerla limpios para sus hijos, a quienes llevan en sus espaldas con un rebozo”, cuenta.
“En su sonrisa veo su alegría de vivir, pero también sus niveles de calcio y su edad por el número de dientes con los que aún cuentan. A varias les falta una pieza o dos”, dice. “También noto su tristeza cuando venden su café a un precio tan bajo que no alcanza para comprar alimentos o cuando su esposo, hermano, hijo o papá se fueron a la ciudad a buscar otros ingresos y son ellas las que se quedan al frente de todo”.
En un sonrisa, relata Beatriz, “las madres también expresan su entusiasmo de aprender a renovar sus cafetales. Cuando llegan las plantitas de café para sembrarlas sin horario ni calendario se organizan, las llevan a sus parcelas y comparten alimento en la convivencia: dobladitas de frijol, tamales, café de olla”:
Los retos
Muchas veces, comenta Josefina Vásquez, las mujeres y madres “ no son tomadas en cuenta cuando se realizan los gastos de producción de las parcelas ni se le da un valor económico a su mano de obra”. Beatriz concuerda: “La mayoría no cuenta con seguridad social ni un fondo de ahorro para su retiro. Su trabajo en el hogar es hasta 10 veces más y si le pusiéramos un valor equivaldría a una importante cantidad”.
Por ello luchan para que las necesidades de salud, educación y crecimiento económico de las mujeres cafetaleras sean tomadas en cuenta en las políticas públicas.
“El papel de la mujer no se termina en el campo. Algunas son comercializadoras de su empresa. Hay desigualdad, por ejemplo, en la política pública en el tema del café, pues quienes la integran son en su mayoría hombres. Debemos estar incluidas porque somos madres quienes llevamos la administración del hogar y del poco recurso del café, podemos observar de cerca las necesidades y esas propias necesidades hacen que podamos innovar en el tema del café”, dice convencida Josefina.
En 2016, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura dio a conocer que en México sigue siendo inferior el acceso de las mujeres a los programas dirigidos al campo en comparación con los hombres.
Según el Componente de Extensionismo del Programa de Apoyos a Pequeños Productores en 2016 tuvo como población beneficiaria a 26% mujeres y 74% hombres; el componente de Infraestructura Productiva para el Aprovechamiento Sustentable de Suelo y Agua del Programa de Productividad Rural tuvo una relación de 12% y 78%; y el Programa de Concurrencia con las entidades federativas fue de 20% y 80% respectivamente.
Josefina encabeza un proyecto integrado por mujeres llamado Cosecha Café. Beatriz, por su parte, apoya a las cafetaleras de Puebla a revivir sus cultivos. Son dos ejemplos de lucha para acortar las desigualdades de género y económicas que viven las mujeres y madres dedicadas al café.
“Debemos reconocer que son un elemento fundamental para el desarrollo rural, la integración de las cadenas de valor sustentables y para impulsar el crecimiento económico y sostenible en nuestras regiones cafetaleras, por lo que hay que cuidarlas, valorarlas y apoyarlas”, finaliza Beatriz.